13 febrero, 2025

Hoy queremos recordar el 80 aniversario de la liberación del Campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz, en el 27 de enero de 1945, liberado por el Ejército Rojo ruso, marcando el fin de uno de los episodios más oscuros de la humanidad. Hoy, 80 años después, la fecha sigue siendo un recordatorio del horror del Holocausto, que no solo transformó la historia del siglo XX, sino que dejó marca en las sociedades contemporáneas. Desde una perspectiva antropológica, la liberación de Auschwitz nos facilita el estudio de los efectos del trauma colectivo, los procesos de memoria y la resiliencia humana frente a la deshumanización sistemática.

Auschwitz no solo fue un campo de concentración, sino una fábrica de exterminio de millones de personas bajo la ideología racista y genocida del régimen nazi. La estructura del campo reflejaba una lógica de deshumanización desde la llegada de los prisioneros, la selección, el proceso de degradación física, emocional y psicológica de manera sistemática, los seres humanos pasan a ser objetos, se les deshumaniza, eliminando su identidad personal, pasan a ser un número, no hay nombres, pasan a ir vestidos con un pijama de rayas, no hay distinción, la suciedad y la enfermedad hace el trabajo de no parecer personas, de no parecer humanos, y facilita el repudio y la deshumanización , mermando la capacidad de resistencia.

La antropóloga Ruth Benedict en su libro “Patterns of Culture”, indica que la deshumanización es un mecanismo de control social y cultural. Al ser privados de su dignidad y humanidad, los prisioneros se convierten en parte de una maquinaria sin rostro ni nombre, donde se borraba cualquier vínculo cultural o familiar. En este contexto, la violencia extrema se convertía en una práctica habitual, aceptada por la estructura social del campo, y la cual, a través de la repetición y cotidianidad, desensibilizó tanto a los victimarios como a las víctimas.

Cuando recobraron su dignidad y libertad, los supervivientes de Auschwitz tuvieron un nuevo desafío, el de reconstruir sus vidas y recuperar su identidad. A esto se sumó el trauma personal y colectivo, que dejó heridas no solo en quienes vivieron directamente los horrores del campo, sino también en sus descendientes, como se ha estudiado extensamente en la antropología.

Jeffrey Alexander, en su artículo: “”Trauma cultural, moralidad y solidaridad La construcción social del Holocausto y otros asesinatos en masa “ y Ron Eyerman en su libro “Memory, Trauma, and Identity”, explican cómo el trauma se convierte en un fenómeno social que afecta a toda una comunidad, siendo transmitido de generación en generación. En este sentido, el estudio del Holocausto revela no solo los efectos inmediatos de la violencia extrema, sino las huellas profundas que perduran en la memoria colectiva de las sociedades.

En los supervivientes, la reconstrucción de la identidad fue un proceso arduo y complejo. Muchos se enfrentaron a una nueva victimización, a un trauma no visible, como lo describe la psicóloga Judith Herman en su trabajo sobre el trauma y la recuperación. Sin embargo, no se limitó a la vivencia individual, sino que fue una vivencia y narrativa colectiva que buscaba no solo entender lo incomprensible, sino también preservar el legado, el recuerdo y memoria de aquellos que no sobrevivieron. A través de los testimonios, las entrevistas, los relatos escritos y los objetos, Auschwitz es un símbolo, tanto de sufrimiento como de resistencia, y testimonio de obligada difusión para aprender y para no volver a repetirlo.

Uno de los aspectos que destacan del estudio antropológico del Holocausto es la capacidad humana de resistir y reconstruir. El concepto de resiliencia, que ha sido ampliamente explorado en el campo de la antropología y la Psicología, es clave para comprender la adaptación y dar respuesta a la capacidad de resistencia de los supervivientes. Tras la liberación de Auschwitz, muchos prisioneros, a pesar de haber sido reducidos a las condiciones más extremas de sufrimiento, lograron encontrar formas de resistencia, ya fuera a través de la preservación de sus relaciones interpersonales, su cultura o su memoria personal, con el objetivo de difundir el Holocausto, hacer frente a la negación del mismo y poder llevar antes los jueces a los supervivientes también entre las autoridades y políticas y militares que ejercieron y aplicaron la máquina del genocidio, del exterminio humano, y eso les dio un motivo de resistir, de vivir con la única y gran misión del recuerdo y la memoria.

Viktor Frankl, Neurólogo y psiquiatra, quien sobrevivió a Auschwitz, escribió sobre su experiencia en «El hombre en busca de sentido», argumenta que la última libertad humana es la capacidad de elegir nuestra actitud ante las circunstancias. Desde su perspectiva, la resiliencia no solo se entiende como una respuesta individual, sino también como un fenómeno social que involucra las estructuras de apoyo y las redes comunitarias. Los supervivientes de Auschwitz no solo tuvieron que reconstruir su identidad personal, sino también recuperar sus lazos sociales y familiares, en un mundo que parecía haber olvidado la historia, incluso ignorándola o negándola.

El papel de Auschwitz en la memoria colectiva, especialmente a través de su preservación como sitio de memoria, es otro aspecto relevante desde la antropología. Los museos, memoriales y lugares de conmemoración no solo protegen los restos materiales del campo, sino que mantienen viva la historia. Son lugares de recuerdo, espacios de educación y reflexión que invitan a las nuevas generaciones a conocer el pasado y aprender y cuestionar los mecanismos de odio y exclusión que se dieron lugar durante el Holocausto.

James Young, subraya la importancia de las «huellas» de la historia en los lugares de memoria. Auschwitz, al igual que otros campos de trabajo, concentración y exterminio como Dachau, Mauthausen…, se mantiene como un recordatorio de la intolerancia, el odio y el autoritarismo. Es también un acto de resistencia cultural frente a las fuerzas que intentan borrar o distorsionar la memoria del genocidio.

Lecciones para el Futuro

En el aniversario de la liberación de Auschwitz quiero reflexionar sobre los peligros del olvido y aprender sobre ello, actualmente persiste el racismo, la discriminación, las guerras, … Por lo que cualquier estudio y recuerdo sobre el Holocausto sigue siendo relevante, no solo como un homenaje a las víctimas, sino también como un compromiso con la humanidad para evitar que los horrores del pasado se repitan.

Nos enseña que la deshumanización y la violencia no surgen de manera espontánea, sino que son procesos sistemáticos que pueden ser observados, comprendidos y, por lo tanto, prevenidos. La lucha contra el odio y la intolerancia es, por tanto, una tarea colectiva que requiere de la vigilancia constante de nuestras estructuras sociales, culturales y políticas.

Es una reflexión de como tenemos la capacidad humana para infligir sufrimiento, pero también de la fuerza inquebrantable del espíritu humano para resistir y reconstruir. Somos capaces de lo mejor y de lo peor, fomentemos lo mejor: la capacidad de construir, de resistir, de no fomentar el odio, la discriminación o la exclusión. Para ello es importante, no solo desde un punto de vista antropológico, psicológico o social, sino también desde un punto de vista personal o individual, aprender no solo sobre la deshumanización, sino también sobre la memoria, la resiliencia y la importancia de mantener viva la historia para las futuras generaciones. Actualmente, nos enfrentamos a desafíos similares, por lo que este recuerdo y aniversario es más necesario y urgente que nunca.

«No demasiado lejos, ni hace tanto tiempo».

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