Los zapatos de tacón fueron usados durante siglos en el Medio Oriente como calzado para los jinetes. Cuando los soldados se aferraban a sus estribos, los tacones les ayudaban a sujetarse al caballo y así poder disparar sus flechas con más precisión.
En 1599 Abbas (rey de Persia) envió su primera misión diplomática a Europa, concretamente a las cortes de Rusia, Noruega, Alemania y España. Una ola de interés en todo lo que tenía que ver con Persia surgió entonces a Europa Occidental. Los zapatos al estilo persa fueron adoptados con gran entusiasmo por aristócratas que buscaron tener una apariencia viril, una masculinidad que creyeron sólo podía alcanzarse calzando zapatos de tacón.
En la década de 1630, las mujeres en su afán de parecerse a los hombres, fumaban pipa y llevaban sombreros con diseños masculinos y, por esta razón, adoptaron los zapatos de tacón en un esfuerzo por masculinizar su vestuario. ¡En qué hora!
Desde ese momento la clase alta europea adoptó una moda de zapatos unisex hasta el final del siglo XVII, cuando las cosas comenzaron a cambiar otra vez.
Los hombres comenzaron a usar tacones más cuadrados, robustos y bajos, mientras que los de las mujeres eran más esbeltos y curvos.
Años después cuando explotó el movimiento intelectual de la Ilustración, llegó un nuevo respeto por lo racional y lo utilitario. La moda masculina giró hacia una ropa más práctica. Fue el inicio de lo que ha sido denominado como la Renuncia del Gran Macho, lo que se tradujo en el abandono del uso de joyas, colores brillantes y telas ostentosas.
En el año 1740, los hombres ya no usaban zapatos de tacón y así fue durante dos siglos hasta que en la década de 1960 regresó el tacón bajo en las botas de vaqueros y en los ’70 los hombres lucieron zapatos de plataforma.
Pero la época en el que el sexo masculino caminaba de puntillas parece haber quedado atrás. ¿Regresaremos a esa era en que ellos calzan tacones altos de colores? Supongo que para eso ocurra, primero debe llegar una verdadera igualdad de géneros.