Autor: David Gustavo López
TARASCAS Y GOMIAS EN LA PROCESIÓN DEL CORPUS
La Tarasca y la Gomia eran seres diabólicos arrepentidos o doblegados por el bien, lo mismo fue los “birrias”, y también tenían presencia en algunas procesiones del Corpus. La primera es reminiscencia del legendario dragón cuyos antecedentes remontan a las antiguas culturas del Oriente Medio, más tarde occidentalizado con la leyenda del dragón infernal que atemorizaba a la ciudad francesa de Tarascón, en la Provenza (ilustración nº 1), arrasando sus campos y devorando a sus habitantes y animales domésticos.
Nadie, ni las tropas del rey, habían conseguido acabar con él, ni siquiera ahuyentarlo. Pero llegó un día en que Santa Marta -Santa Marta de Betania, hermana de la Magdalena-, que ningún vínculo tenía con la ciudad, apareció venida del cielo, y con agua bendita, una antorcha y pronunciando el nombre de Jesús derrotó al monstruo, transformándolo en un ser dócil y sometido a Cristo.
Ante tal milagro, los habitantes de Tarascón, conducidos por la santa, se convirtieron al cristianismo y, tomando la toponimia del lugar, dieron nombre al animal: Tarasca, al cual mataron a pesar de haberse sometido ya al poder cristiano. Claro que, en esto de la toponimia, no falta la versión popular contraria: la ciudad se llamaba Nerluc y adoptó el nombre de Tarascón en recuerdo de la Tarasca. Y con este mismo recuerdo, la ciudad lleva al bicho en su escudo de armas y celebra sus fiestas de “la Tarasca y Tartarín” el último domingo de junio, honrando también con ello al protagonista de la novela Tartarín de Tarascón, el héroe de las hazañas imposibles creado por el escritor decimonónico Alfonso Daudet. Se sustituye con esta fiesta a la más antigua y documentada del lunes de Pentecostés, día en el que, según dicen, el monstruo apareció por primera vez en 1465.
El dragón y la propia Santa Marta, al difundirse por el mundo cristiano, fueron adquiriendo distintas representaciones: el simple dragón con coraza de tortuga, el monstruo acompañado o montado por la santa y, con menos frecuencia –caso de León- la mujer bella en quien se fusionan las naturalezas del bien y del mal. Aunque, también en León, Santa Marta ha sido iconográficamente representada con su monstruo amansado como un perro que se le aúpa por la pierna, como en el pueblo de Benazolve, del que es patrona.
Fue esta condición de espíritu maligno sometido, la que originó que la “Tarasca” acompañase a las procesiones del Corpus como símbolo del mal dominado por el bien o del diablo sometido por Cristo, que preside la procesión en forma de sacramentado. Junto a la Tarasca, las procesiones del Corpus incorporaron también una caterva de gigantones, éstos de función didáctica al representar a todas las partes del mundo. Y es muy probable que similar razón en su origen tengan los “birrias” o seres maléficos arrepentidos que acompañan a los danzantes de las procesiones sacramentales, imponiendo orden entre la gente espectadora, como son, citando algunas danzas leonesas, las de Laguna de Negrillos, Pobladura de Pelayo García, Alija del Infantado, Villamandos, etc.
La buena acogida y el arraigo adquirido por la Tarasca y por los gigantes, hicieron que permaneciesen activos hasta que una Real Cédula emitida por Carlos III el 21 de julio de 1780 prohibió su presencia en todas las iglesias y procesiones.
Respecto a las razones de la decisión, la Cédula indica que esta práctica resulta “poco conveniente a la gravedad y decoro que en la Procesiones y demás funciones Eclesiásticas se requiere”. Una coletilla en una de las transcripciones de la misma orden puntualiza: “porque semejantes figurones causan no pocas indecencias y sirven solo para aumentar el desorden y distraer o resfriar la devoción a la Majestad Divina.
La Real Cédula de Carlos III, apoyada por las más significativas autoridades eclesiásticas, consiguió la práctica eliminación de tarascas y gigantes en las procesiones, si bien existen lugares en los que, años más tarde, volvieron a resurgir con gran fuerza, como es el caso de Granada, donde el atuendo que ha de lucir la santa, representada por un maniquí en pie sobre el dragón, se mantiene secreto y, durante muchos años, sirvió como referente de la moda para el verano (ilustración nº 2). Igual de atrayentes son las de Valencia, algunas ciudades de Cataluña, Zamora y Toledo, aunque esta última adelanta su salida a la víspera del Corpus. La de Zamora, por su parte, junto con los gigantes, se convierte en guardiana de la Virgen de la Concha, patrona de Zamora, en sus actos de la víspera del Corpus y, llegada la fiesta del Sacramento, acompaña a la custodia. La villa navarra de Tudela ha sido una de las últimas en recuperar la tradición perdida, haciéndolo con gran éxito desde el año 2010.
LA GOMIA, OTRO MONSTRUO DIABÓLICO
La Gomia, con significado de monstruo engullidor, fue expulsada del Corpus por la misma Real Cédula que la Tarasca, y ha pasado a ser elemento tradicional en el carnaval de algunas localidades, como las leonesas de Velilla de la Reina (ilustración nº 3) Llamas y Carrizo de la Ribera. está representada mediante un armazón cubierto con sábanas o colchas que se remata con el esqueleto de la cabeza de un caballo. De este ser ha tomado nombre la “puerta de la Gomia” de la Catedral leonesa, interesante obra del siglo XIV, con doble arco y escenas de la vida de Job, que da paso al claustro y por donde, en algún momento, dicen, salía el monstruo a recibir la ofrenda de las “cien doncellas”. Curiosamente, donde se nos despeja la duda respecto a su presencia en la procesión del Corpus es en La Pícara Justina, novela de autoría muy dudosa publicada en 1605, cuya protagonista, en referencia a algunas fiestas de la ciudad de León, dice: “mas después me dijeron que no se usaba salir sino el día del Corpus, cuando sale la Gomia y el gigante Golias
EL ENIGMA DE LA TARASCA DE LEÓN
El antropólogo José Luis Alonso Ponga en un documentado trabajo sobre la procesión del Corpus Christi en Castilla y León (1) da cuenta de que en Astorga y León los gigantes, tarascas y tarasquillas, -denominación otorgada al muñeco femenino que monta sobre la tarasca, identificable con Santa Marta- acompañaban al Santísimo durante el siglo XVI.
Adicionalmente, la investigadora de la Universidad de León María Isabel Viforcos (2) nos descubre que el dragón – tarasca leonés solía llevar sobre su lomo una rueda a la que iban sujetos algunos títeres (¿tarasquillas?) que, seguramente, terminaron acaparando la atención de los espectadores en detrimento del propio monstruo.
Refiriéndose a los costes de la procesión del Corpus y al atuendo de la Tarasca, Bravo Guarida en uno de sus artículos periodísticos de la serie Rincones Leoneses (1924-25) (3) escribe: “Éstos serían los trajes más costosos, los de la tarasca, pues sabido es que salían a la última, era el figurín, la revista de modas de aquellas épocas”. Es decir, algo similar a lo que ocurría en Granada.
Así pues, por cuanto se sabe documentalmente, la procesión del Corpus de León contaba con un monstruo o Tarasca que iba montado por una mujer elegantemente vestida (la Tarasquilla), lo cual induce a pensar que la figura femenina representaba para la mayoría de los leoneses no a Santa Marta sino a otro aspecto del mal, a un ser también infernal que formaba pareja con el dragón, lo que permitía que cualquiera de ellos se desgajase del conjunto sin mermar sus cualidades malignas, aunque sometidas al poder de Cristo. Es más, seguramente la figura femenina, por resultar más simpática para el público, máxime teniendo en cuenta sus atractivos vestuarios, casi ocultaría la personalidad de la auténtica Tarasca y terminaría tomando vida por sí misma (ilustraciones 4 y 5). ¿Cuándo ocurrió tal cosa? Probablemente, junto con la Gomia y los gigantes, cuando todos estos seres fueron abolidos de las procesiones del Corpus, aunque, como en tantos otros sitios, volvieron de nuevo años más tarde.
Una prueba de este regreso nos la da el periódico Mensajero Leonés cuando, en su número del 10 de junio de 1903, informa de la procesión del Corpus con el siguiente titular: “No saldrán los gigantones” (4), lo cual induce a pensar que hasta esa fecha gigantes y, casi con seguridad, también la Tarasca seguían acompañando al Santísimo. Es muy probable que fuese en ese momento cuando la Tarasquilla -representada como una bella gitana-, sin su dragón, pasase a desfilar con gigantes y cabezudos en las cabalgatas y alboradas de las fiestas de San Juan y San Pedro de la ciudad de León, aunque su imagen de hoy difiera un poco de aquella otra, algo más bajita, que aún recordamos quienes hemos superado el medio siglo: Su vestido era estampado, liviano, de falda amplia, calcetines tupidos, alpargatas de esparto… Su cara lucía muy sonrosada; pelo largo, algo ensortijado y moreno; brazos naturales -los que asomaban de quien la portaba-, con abanico en la mano izquierda… Bailaba y bailaba, como una peonza, hasta la extenuación. En la mente infantil de quienes mirábamos su paso resultaba un ser extraño, pero atrayente, más que los gigantones de todas las razas que iban detrás. Los niños no podíamos concebir unas fiestas de San Juan sin ver a la Tarasca. Y los que aún nos superan en edad recuerdan, incluso, aquella hoguera sanjuanera a base de trastos viejos, aportados por cuantos vecinos querían librarse de los malos espíritus de su hogar, en cuyo remate ardía la Tarasca, con su atuendo y vestimenta estrenada cada año para la ocasión. ¡Qué mejor prueba de su carácter maléfico, que era imprescindible convertir en pavesas!
NOTAS
1.- José Luis Alonso Ponga: “Las fiestas del Corpus en Castilla y León: cambio y evolución cultural en las sociedades rurales y urbanas”. Salamanca. Revista de estudios, nº 51. 2004.
2.- María Isabel Viforcos Marinas: La Asunción y el Corpus, de fiestas señeras a fiestas olvidadas. Universidad de León, 1994. De la misma autora: El teatro en los festejos leoneses del siglo XVII, Universidad de León, 1994.
3.- M. Bravo Guarida: Rincones leoneses. Editorial Nebrija. León, 1979.
4.- Luis pastrana Jiménez: Políticas Ceremonias de León. Siglo XXI. Ayuntamiento de León, 2002.