Por Mercedes Pullman
Las 12 de la noche… Miércoles Santo… El mayordomo de la Cofradía se acerca a la puerta lateral de la Concatedral de Santa María de Cáceres, da tres golpes y dice: “¡Qué salga la Hermandad del Cristo Negro! ¡Dios lo quiere así!” De esta manera comienza la procesión del Cristo Negro que recorre las calles de esta ciudad monumental en completo silencio junto a una esquila de bronce que lleva el muñidor y el sonido de un tambor destemplado. Impresiona…
No se sabe a ciencia cierta la procedencia de esta talla tan enigmática. Uno de los hermanos de la Cofradía Antonio Javier Corrales Gaitán, opina que es muy probable que el Cristo Negro se hiciera con madera de Iroko, un árbol que se encuentra en el norte de África cuya madera se considera sagrada. Parece ser que una familia judía vinculada directamente a la Familia Blázquez procedente de Ávila, está estrechamente relacionada con tan Sagrada Imagen.
El Cristo Negro, aparte de impresionar por su color y sobrecogedora imagen está rodeada de leyendas y se considera una imagen milagrosa. Destaca una de las leyendas que acompaña al Cristo: Se cree que todo aquel que toque al Cristo sin devoción y respeto, morirá fulminado por una extraña energía que emana de la imagen. Por eso, desde hace siglos la gente usa guantes oscuros para tocarlo, no sin antes rezar varias oraciones. Sea por ello o no, los hermanos usaban y aún usan guantes negros. Las familias nobles encargadas de su mecenazgo ofrecían fuertes sumas de dinero a gente humilde para que se encargaran de la limpieza del Cristo, que se solía limpiar con cebolla y vino.
En épocas de epidemias y sequía, el Cristo Negro salía en procesión y a su paso la gente bajaba sus miradas al suelo, pues existía la creencia que aquellos pecadores que osaban mirar fijamente el rostro del crucificado, eran castigados con cegueras.
En la actualidad es titular de la Muy Solemne, Venerable y Pontificia Cofradía Hermandad Penitencial del Santo Crucifijo. Al Cristo Negro se le han concedido grandes privilegios por el Papa Clemente XI en 1714 y por el Papa Benedicto XIII en 1727, que otorgaron indulgencias plenarias a los fieles que realizaran determinados actos piadosos ante la imagen. Su procesión en la noche del Miércoles Santo es una de las liturgias más austeras, medievales y sobrecogedoras que se pueden contemplar.