21 noviembre, 2024

Ana Olivera

El territorio se compone de hechos físicos, históricos, económicos, políticos y sociales, pero también de realidades no visibles que pueden ser tan o incluso más importantes que otras objetivas, y dignas de ser analizadas por la Geografía, ya que son capaces marcar un espacio con huellas materiales, reflejos de su existencia o con determinados comportamientos humanos, y que tienen un gran significado simbólico e identitario y ayudan a formar el sentido del lugar.

UN NUEVO CONCEPTO DE PATRIMONIO CULTURAL
El contenido de la expresión «patrimonio cultural» ha cambiado bastante en las últimas décadas, debido en gran parte a los instrumentos elaborados por la UNESCO. El patrimonio integral de un territorio está compuesto por objetos naturales y culturales (patrimonio material) y los comportamientos, saberes y valores del pueblo que lo habita (patrimonio inmaterial).
El patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional. Son hechos que siempre han existido, pero solo recientemente se reconocen como bienes patrimoniales.

Según la definición de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, de 2003, «Se entiende por patrimonio cultural inmaterial los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas —junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes— que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. A los efectos de la presente Convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible».
El patrimonio cultural inmaterial, transmitido de generación en generación, lo recrean permanentemente las comunidades y los grupos en función de su medio, su interacción con la naturaleza y su historia. La salvaguardia de este patrimonio es una garantía de sostenibilidad de la diversidad cultural (UNESCO) frente a la creciente homogeneización provocada por la globalización, pero su fragilidad y vulnerabilidad hacen precisas medidas de protección urgentes.

El patrimonio cultural inmaterial es tradicional, contemporáneo y viviente a un mismo tiempo. Solo en contadas ocasiones carece de pasado y es resultado de nuevas identidades, como por ejemplo la nueva fiesta Europride, evento de personas LGBT, que se inició en Londres en 1992 y se desplaza en cada celebración a una ciudad del mundo.

Hay componentes inmateriales o intangibles en el espacio que son:

  • reales, aunque no visibles más que a través de elementos materiales (montaña-rito- valor sagrado, guitarra flamenca-guitarrista-cantaor-bilaora y tipo especial de cante)
  • irreales, pero que añaden valor (ruta de El Quijote, casa de Dulcinea…), son lugares ideados en la literatura, o representados en la pintura
  • lugares de memoria, donde pueden quedar huellas materiales y elementos recordatorios o no.

Tiene el valor de uso y el valor de existencia, destacando el valor como recurso y también como elemento de tradicionalización y retradicionalización, cohesión e identidad, y en muchos casos de afirmación y resistencia cultural de las minorías (Quintero, 2002) frente a la cultura dominante. En el caso de las minorías estigmatizadas, como los gitanos o los amerindios, suele quedar al margen la valorización de su gran riqueza en expresiones culturales inmateriales y sus posibilidades de aprovechamiento como recurso turístico (Mamantoff, 2010).

TIPOLOGÍA DEL PATRIMONIO INMATERIAL

El patrimonio cultural inmaterial lo conforman actividades y saberes que se manifiestan principalmente en los siguientes ámbitos:

  • Fiestas populares
  • Rituales y creencias, mitos
  • Manifestaciones escénicas y espectáculos tradicionales
  • Saberes tradicionales. Conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo (Medicina y farmacopea tradicional. Cosmologías)
  • Tradiciones culinarias y fiestas gastronómicas
  • Habilidades artesanas. Tesoros humanos vivos1
  • Formas de expresión musical, canto y danzas populares
  • Manifestaciones lúdicas y deportes tradicionales
  • Lenguas, tradiciones y expresiones orales. Epopeyas heroicas. Leyendas
  • Usos y costumbres sociales
  • Espacios culturales con alta presencia inmaterial
  • Hitos de la memoria colectiva(Lugares de encuentro)
  • Especiales formas de adaptación al medio natural
  • Espacios imaginarios y de inspiración de obras pictóricas, musicales o literarias

EL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL DE LA HUMANIDAD

El término Patrimonio de la Humanidad nació en 1972, en la «Convención para la protección del patrimonio mundial cultural y natural», que fue aprobada en las 32 y 33 Sesiones Plenarias de la UNESCO. En la actualidad los bienes protegidos suman más de un millar a nivel mundial, sumando los naturales, culturales materiales, mixtos e inmateriales, preservados para disfrute de todos y de las generaciones futuras. (Fig. 1)

Si bien los Estados u otras Administraciones han creado figuras de protección de su propio patrimonio, son aún muy escasos los bienes que han sido proclamados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pero eso no quiere decir que no sean de elevado valor, solamente que no tienen ese nivel de protección y difusión, bien porque no lo han solicitado, no están en peligro de degradación o extinción, han presentado una candidatura insuficientemente justificada o simplemente han competido en una convocatoria con otros bienes que se han considerado necesitados de una protección más urgente o de una mayor importancia.

La UNESCO ha declarado 232 bienes inmateriales, desde que se inició el Programa de Obras Maestras del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad en 1999, sustituido a partir de 2003 por la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Inmaterial, que entró en vigor en 2006.

Las primeras declaraciones de Patrimonio de la Humanidad de bienes pertenecientes a España se produjeron en 1984, año en el que se incluyeron en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO cinco bienes culturales materiales: la obra de Gaudí, El Monasterio de El Escorial, la Alhambra-Generalife-Albaicín, el Centro Histórico de Córdoba y la Catedral de Burgos.

Posteriormente, se reconocieron otros 32 bienes culturales materiales, que unidos a los iniciales hacen un total de 37. Además, se han declarado 3 bienes de patrimonio natural (Garajonay, Doñana y Teide), 2 mixtos (Pirineos-Monte Perdido e Ibiza, biodiversidad y cultura) y desde el 2001 han sido reconocidos 9 bienes de patrimonio cultural inmaterial. En el momento actual son en total 51, por lo que España ocupa la segunda posición mundial en mayor número de bienes declarados, tras Italia.

NUEVOS TURISMOS HACIA LO INVISIBLE

Basados en lo inmaterial han surgido otros turismos, además del ya tradicional turismo étnico. El movimiento New Age ha promovido la búsqueda de un tipo de interacción hombre-naturaleza mucho menos material y plena de espiritualidad. Ello ha dado lugar al auge de un turismo alternativo no monumental que en la actualidad presenta una sorprendente oferta a lugares con actividad supuestamente paranormal. Los espacios mágicos, los «lugares de poder», las tierras míticas, los edificios y bosques con fama de poseer fantasmas o ser sitio de apariciones, se han convertido en un magnífico recurso turístico. Es un turismo con nuevos objetivos y nuevos destinos, con diversas categorías de tours según categorías: New Age, Ghost tours, Brujería, Chamánico, Esotérico, etc…

Algunos autores han señalado que no se trata de lugares sagrados, en el sentido tra- dicional, al menos no son lugares con valor de sagrado para la población actual, aunque pudieron tener ese significado en el pasado. En un espacio sagrado se da un contacto unilateral o bilateral con las divinidades o seres superiores, mientras que en los espacios mágicos se puede entrar en comunicación con entes intermedios y ancestros, son lugares históricos, muchas veces prohibidos o malditos en épocas anteriores, y a los que sólo solían tener acceso los iniciados. Son espacios que tienen características energéticas especiales, donde el hombre puede trascender, recuperar la paz espiritual, y alcanzar el bienestar más fácilmente, y en los que se producen experiencias de «topomystica» (Chamberlain, 2001).

No es preciso que sea cierto, lo importante es que exista la creencia, con que algunos lo crean o quieran jugar a creerlo es suficiente. Ni siquiera es necesario que ese destino sea una realidad objetiva, puede ser legendario, como la isla mágica de Ávalon, descrita en las tradiciones artúricas y en la mitología celta, como reino de las hadas y residencia de Morgana. No es casualidad que la colina de Glastonbury sea considerada por muchos como la cuna del movimiento New Age y la huella que aún queda de la legendaria isla, en medio de una zona pantanosa desecada.

No menos rentables son los tours «haunted Scotland», y ya son aproximadamente 500 los establecimientos hoteleros con «ghosts and hauntings»que se incluyen en la Haunted Hotel Guide del Reino Unido, que ofrecen la posibilidad de pernoctar en algunos castillos encantados, bajo el lema «Spend the night in a Haunted Castle» o incluso ofrecen actividades individuales o en grupo para investigaciones paranormales permaneciendo la noche en vela en dichos alojamientos, normalmente en fines de semana, «WeekendHaunts». Por si alguno no ha tenido suficiente, siempre queda la posibilidad de ampliar el itinerario en búsqueda del monstruo del Lago Ness, otro recurso quizás imaginario, pero nada despre- ciable y muy rentable.

Uno de los centros fundamentales de la nueva espiritualidad y del turismo místicoesotérico es Sedona, en Arizona, donde se realizaban en el pasado rituales indígenas de paso e iniciaciones. Recibe actualmente algo más de 3,5 millones de visitantes, para experimentar los «vórtices curativos» o «remolinos metafísicos», además de ser un sitio con fama de avistamiento de ovnis y otros rasgos paranormales. En el Norte de California el punto clave es el cono volcánico del Monte Shasta, donde una leyenda de los indios hopi sitúa una ciudad subterránea ocupada por seres superiores procedentes de la desaparecida Lemuria. La idea de espacios imaginarios a los que se supone se accede desde puntos de poder es algo que se repite en Shasta, en el mismo Glastonbury y en Uritorco (Argentina) (Otamendi, 2008) que encierra la ciudad mítica de Erks. Otros puntos de anomalías energéticas que atraen este tipo de turismos son la Puerta del Sol en Bolivia, próxima al Lago Titicaca, Machu Pichu, Uluru en Australia y los tours en busca de iluminación a Palenque, Uxmal y Chichen Itza, acompañados de maestros espirituales. Mención aparte merece el turismo esotérico a Egipto, para realizar meditaciones en determinados puntos del Valle de Giza o en algunas pirámides.

El turismo de brujería tiene su centro en Salem (Estados Unidos), la ciudad de las brujas por excelencia. Otros destinos secundarios son Beselare, en Bélgica o los tres itinerarios de «Ruta de la Brujería» de Navarra, puesta en marcha por el Gobierno de esta Comunidad Autónoma, y que tiene como hito fundamental la Cueva de Zugarramurdi. (Fig. 2)

El turismo chamánico o ecoturismo esotérico está bastante desarrollado en Hispanoamérica, en especial en el área de Chiapas y en la zona amazónica de Iquitos, con actividades relacionadas con la planta ayahuasca. Es un tipo de turismo de sanación y de búsqueda interior.

El recurso mágico parece inagotable y más cuando se mezcla con el patrimonio cultural material y el literario, como la reciente oferta turística francesa del espacio cátaro, María Magdalena, y el Código Da Vinci.

LA MATERIALIDAD DE LO INMATERIAL

El territorio responde en ocasiones tanto a lógicas funcionales como a lógicas simbólicas. Parafraseando a Claval (1999), cuando las costumbres, las creencias, las aspiraciones y los sueños son compartidos por una sociedad determinada, adquieren dimensiones terri- toriales, el territorio se carga de humanidad cuando convergen en él poderosos atributos intangibles.

La huella de la inmaterialidad puede ser muy evidente o en cambio imperceptible. La mayoría de las expresiones culturales inmateriales tienen reflejo en el mundo material, lo material y lo inmaterial son inseparables (Timón Tiemblo, 2009; Ruggles, 2009), como el cuerpo y el alma de un territorio. La realidad del espacio muestra frecuentemente la intangibilidad de lo tangible y lo tangible de la intangibilidad, en una imbricación de la cultura material e inmaterial, pero también del patrimonio natural y el inmaterial.

Lo inmaterial se sirve frecuentemente de bienes muebles (herramientas, instrumentos musicales) y de bienes inmuebles (templos, plazas de toros) (Fig. 3), aunque no siempre le son necesarios soportes físicos. A veces lo material precede a lo intangible, por ejemplo una cueva natural que posteriormente se hace sagrada tras una manifestación de la divinidad, pero otras surgen a la vez o bien lo material surge en segundo lugar, como sucede en múltiples espacios sagrados, donde primero nace la hierofanía (manifestación de lo sagrado), seguida del mito(transmisión), luego del rito(teatralización) y posterior- mente se edifica el templo, como sucede en muchos centros religiosos marianos, donde primeramente se dice que apareció la Virgen y solicitó que fuera construido un templo en ese lugar, se propaga la creencia fabricando un mito, se realizan rituales en el área y más tarde se erige el templo.

En ocasiones lo inmaterial genera sus propios espacios específicos, de uso exclusivo (sambódromos, bumbodromos, plazas de toros, ermitas, real de la feria, palacios de boda indonesios), otras veces es el origen de componentes materiales de usos múltiples (plazas de toros multifunción e incluso cubiertas), o bien utiliza espacios de usos comu- nes de forma efímera, como ciertas calles para los encierros de San Fermín, algunas de Toledo para las procesiones de Corpus Christi, los itinerarios tradicionales de la Semana Santa sevillana, o las localizaciones de la plantá de fallas en Valencia. Son generalmente

espacios intocables, como la calle Estafeta, y sería impensable desplazar la expresión cultural a otras calles, ni modificar un ápice el empedrado del pavimento. Además de los espacios principales de la inmaterialidad pueden existir espacios secundarios, de sociabilidad y preparación de la fiesta o el rito, permanentes, como casales falleros, locales de peñas taurinas o flamencas, escolas de samba, cofradías y hermandades, donde se cuida la tradición y se elaboran los materiales que van a permitir la encarnación del bien inmaterial.

Hay espacios donde se concentran varias manifestaciones culturales inmateriales y han merecido ser protegidos mediante la declaración de espacios culturales patrimonio de la Humanidad, como la Plaza de Jemana el Fna, de Marruecos o el Palenque de S. Basilio de Colombia.

Desde el punto de vista social los espacios utilizados por lo inmaterial pueden cambiar de significado temporalmente, y convertirse en espacios transgresores, especialmente en el caso de las fiestas (carnavales, botargas, orgullo gay).

MIGRACIONES DE LO INTANGIBLE

Los individuos y los grupos humanos llevan su patrimonio inmaterial a donde quiera que emigren, en un rincón del alma en donde guardan celosamente sus costumbres y expresiones intangibles. Emigran con ellos las advocaciones religiosas, las fiestas, las creencias, las formas de cocinar, las lenguas, las músicas, etc. Los inmigrantes, o sus hijos y nietos, normalmente lo primero que pierden al llegar a otro ámbito cultural es la lengua, en algunos casos se puede difuminar hasta la religión de origen, pero el hecho cultural de mayor permanencia es la forma culinaria, por lo que proliferan los comercios étnicos de alimentos, ante una demanda mantenida y a veces intensificada por limita- ciones religiosas.

Las migraciones, el comercio internacional y los «préstamos culturales» no son algo nuevo, siempre los hubo y el mestizaje produce formas nuevas asumidas como propias. Sería inimaginable la cocina italiana sin el tomate traído de América a principios de la Edad Moderna o sin la pasta llegada de China en la Edad Media, o la repostería suiza sin el chocolate traído de las áreas tropicales del cacao. España llevó a América, entre otras muchas cosas, la lengua, las creencias y fiestas religiosas, los festejos taurinos, y la gastronomía, que allí retocaron y dieron su propio carácter.

Muchos son los casos en que los habitantes de pequeños pueblos regresan a su lugares de origen en las festividades locales, no arrastrando con ellos las fiestas a su nueva loca- lización urbana, sino volviendo ellos a vivirlas en su ámbito original, como por ejemplo en el caso de los danzantes de la Botarga de Valverde de los Arroyos (Guadalajara), en parte por el placer de sentir sus raíces y sobre todo porque no existe en esos lugares una juventud que tome el testigo y son conscientes de que se perdería esa expresión cultural ancestral, por lo que lo aceptan como una inexcusable responsabilidad. Pero lo más frecuente es que se manifiesten las formas festivas tradicionales del lugar de origen en el nuevo espacio de acogida, por ello se celebran romerías del Rocío en Getafe, Cataluña o incluso en Adelaida (Australia), ferias de abril en las periferias de Madrid o Barcelona, fiestas de Año Nuevo Chino en el castizo barrio madrileño de Lavapiés, o en las grandes ciudades estadounidenses, fiesta y desfile de Hispanidad en Nueva York, Obon Japanese Festival en Canadá, etc…

Se producen incluso viajes de ida y vuelta de las festividades, como las fiestas de Hallowen o Santa Claus, procedentes de la cultura celta y la mitología del Norte y Nordeste de Europa, que fueron trasladadas por los emigrantes a Estados Unidos y desde allí, una vez renovadas, fueron nuevamente reenviadas al viejo continente ya por otros medios, con evidente éxito por cierto.

Lo inmaterial puede seguir vivo y manifestándose en el lugar de origen y también en el lugar de destino. Otras veces sólo se conserva en los nuevos emplazamientos de los emigrantes. Es un patrimonio exterritorializado.

Actualmente existe un claro interés por patrimonializar el territorio, pero frecuente- mente se olvida la conveniencia de territorializar el patrimonio de los inmigrantes, como propio del espacio donde se asientan. Los barrios de inmigración de muchas ciudades se caracterizan por la multiculturalidad, con la coexistencia de muchas identidades, culturas, costumbres, tradiciones, lenguas, es decir patrimonios inmateriales. Cuando los inmigran- tes son abundantes y procedentes de una sola cultura territorializan espacio y patrimonio, crean una identidad de grupo y de lugar, como sucede en el Albayzín granadino.

La comprensión del patrimonio cultural inmaterial de diferentes comunidades contri- buye al diálogo entre culturas y promueve el respeto hacia otros modos de vida, algo muy necesario en un momento de tensión creciente entre autóctonos y alóctonos y de desprecio de culturas no occidentales. El respeto a «los otros» requiere forzosamente la considera- ción y tolerancia de sus costumbres y expresiones culturales inmateriales.

REFLEXIONES SOBRE LO INMATERIAL DESDE LA GEOGRAFÍA SOCIAL Y CULTURAL

Innegablemente los hechos culturales intangibles son recursos territoriales que atraen turismo, hacen regresar a la población local en fechas puntuales, generan inversio- nes locales y a veces externas, crean puestos de trabajo aunque sean a veces temporales y presentan muchos otros efectos positivos para la economía de un área. Pero lo inmaterial no debería ser tratado sólo como recurso, como mercancía, pues es necesario reconocer y preservar sus otros muchos valores, para que verdaderamente sea sostenible y auténtico. Con frecuencia los operadores turísticos manejan a su antojo paquetes de vacaciones para consumo masivo de turistas, incluyendo manifestaciones inmateriales que llegan a mercantilizarse y banalizarse hasta perder su autenticidad, lo que produce un caso más de

«Disneyización» del turismo, porque llegan a fabricarse recreaciones ficticias, fuera de su tiempo, su espacio o su significado, lo que MacCannell denomina «etnicidad construida»8, en la que lo inmaterial se convierte en una «cosa», en un objeto museístico, o en el mejor de los casos en prácticas fosilizadas de la población nativa, y no en lo que realmente es: la expresión sentida y viva del alma popular, que amalgama la identidad del grupo y les da sentido de pertenencia, y en la sociedad «postradicional» genera sociabilidad (que en muchas ocasiones prima sobre la religiosidad incluso en rituales religiosos), no como una forma heredada, sino como una autoconstrucción voluntaria y constante.

La autenticidad es condición fundamental de este recurso, ya que lo que mueve a desplazarse a los turistas es la búsqueda de «interacciones auténticas» con lo autóctono, con la vida cotidiana y no con un parque temático. Con la «Macdonalizacion» de la alimentación, la similitud en vestuario, hábitos y costumbres, la globalización de la cultura, la generalización de las formas de vida, usos, músicas, etc., la homogeneización cultural puede conducir a sociedades repetitivas, sin carácter, aculturizadas, y quizás como reac- ción existe una ávida demanda de ver lo diferente, de experimentarlo, de emocionarse con las emociones ajenas.

Pero la preservación de las tradiciones y del patrimonio inmaterial no es lícito hacerla contra los intereses de la población local, como sucede con ciertos casos de conservadurismo forzado en áreas rurales marginales, en función de las añoranzas de la población urbana, donde en ocasiones se ha impuesto un determinado tipo de resurrección del folklore, en contra de los deseos de la propia población local, que reclama verdadera «folclorización» frente a «mausoleización». Por otra parte, como ha señalado Timón, resulta improcedente proteger las manifestaciones inmateriales si no se garantiza al mismo tiempo los distintos soportes sobre los que se apoyan para poder desarrollarse, sean elementos materiales o incluso inmateriales, y si no se propicia la continuidad de conocimientos y se pone remedio a otros hechos sociales, como el despoblamiento o el envejecimiento de la población.

Algunos de los principales peligros relacionados con el patrimonio inmaterial son:

  • Considerar el territorio y el patrimonio como mercancías.
  • Exacerbar identidades y favorecer identidades demasiado excluyentes.
  • Producir fricciones entre valor de existencia y valor de uso, que conduzcan a la «momificación» o en cambio a la «disneylandización».
  • No tener en cuenta la capacidad de carga, ya que la afluencia masiva puede ocasionar distorsiones en el ritmo y la dimensión de los eventos inmateriales, que a veces llega a morir por su propio éxito.
  • Olvidar que el hecho inmaterial no es una realidad aislada, sino una pieza de la cultura inseparablemente unida a otros hechos sociales.

Los hechos inmateriales precisan un enfoque multidisciplinar, donde los geógrafos pueden asentar sus reales con pleno derecho, junto a etnólogos, antropólogos, economis- tas, historiadores o sociólogos, incidiendo en aspectos territoriales y no sólo espaciales y de planificación de recursos. Y en mi opinión deberían colaborar en la protección del patrimonio y la diversidad cultural inmaterial con el mismo empeño con el que defienden habitualmente la biodiversidad.

Para ello muchas son las acciones que podrían emprenderse desde la Geografía:

  • Analizar el territorio del patrimonio intangible y la cultura popular
  • Colaborar en la detección e inventariado de bienes intangibles (atlas, SIG)
  • Defender la diversidad cultural tanto como la biodiversidad evitando la descarac- terización de los espacios frente a la globalización
  • Valorizar los recursos de patrimonio inmaterial como factor:
    • de desarrollo endógeno, oferta turística cultural y generador de empleo y riqueza
    • de cohesión e identidad, y tradicionalización nuevos territorios
    • de imagen de marca de un territorio
  • Colaborar en la conservación del patrimonio inmaterial como elemento del desa- rrollo sostenible.

La Geografía Social y Cultural no puede olvidar esos contenidos invisibles y sin embargo reales para algunos grupos humanos, porque son los únicos que permiten enten- der un territorio, interpretar paisajes rurales y hechos urbanos que encierran símbolos, saberes, tradiciones y otros componentes10. El valor inmaterial supera muchas veces al artístico y al de la belleza natural de un determinado espacio. A la Meca, a Benarés, se desplazan millones de personas por su valor inmaterial. Posiblemente el rasgo geográfico más importante del río Ganges es su valor sagrado, no su caudal o la evolución de sus terrazas. Ante un humedal o un bosque no nos debería bastar con el estudio hídrico, cli- mático, biogeográfico o económico, sino que también se tendría analizar cómo lo valoran y qué les inspira a los habitantes de la zona (miedo, magia, ritos religiosos, canciones, payadas…), qué significa en sus costumbres, tradiciones y creencias y cuáles son sus comportamientos respecto a ellos.

Cuadernos de Turismo, nº 27, (2011); pp. 663-677. Universidad de Murcia ISSN: 1139-7861

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