El dios Airón es una de las 320 divinidades indígenas que fueron veneradas en la Celtiberia prerromana. Sin embargo, es importante señalar que muchos de estos nombres corresponden únicamente a topónimos que indican los lugares donde se rendía culto a la divinidad, lo que reduce significativamente el número real de deidades. Diversos historiadores coinciden en que Airón era una divinidad indígena adorada en torno a pozos naturales, lagunas y simas.
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Se sabe muy poco sobre estos dioses y aún menos sobre Airón, ya que apenas existen referencias literarias de historiadores romanos acerca de las divinidades indígenas. Los antiguos habitantes de la Península Ibérica adoraban los elementos naturales, convencidos de que influían en sus vidas. El sol, la luna, las montañas, los árboles, las fuentes y los ríos se convirtieron en objeto de veneración.
En particular, fuentes, manantiales, pozos, lagos y ríos eran considerados sagrados si se creía que poseían propiedades curativas o si existían leyendas en torno a ellos que inspiraban temor. Ambas características coinciden en la pequeña laguna situada a un kilómetro y medio del pueblo conquense de La Almarcha, conocida como el Pozo Airón.
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Pues supuestamente aquí mora el dios Airón maléfico y misterioso, asociado al mundo subterráneo e infernal. Se cree que para aplacarlo se realizaban sacrificios de productos de la tierra, animales e incluso seres humanos. Sin embargo, estos rituales son, por el momento, una mera conjetura, ya que no han sido confirmados en España mediante evidencia arqueológica. No obstante, excavaciones en varios pozos celtas de Francia han revelado restos de animales y humanos sacrificados, lo que sugiere la existencia de este tipo de cultos en la antigüedad.
Relacionado con lagunas, pozos que no se secan y simas, Airón era considerado un dios subterráneo, similar a las divinidades griegas asociadas con la muerte, como Hades o Proserpina. Sin embargo, su figura tenía más fama de diablo que de dios. Con la llegada del cristianismo, este antiguo dios fue transmutado en una figura demoníaca, representada con un largo rabo, como ocurrió en el caso de las brujas de Belinchón.
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El proceso inquisitorial recoge que, el 13 de mayo de 1565, el alcalde mayor de Belinchón, don Diego de la Pedraza, envió un informe a la Inquisición de Cuenca en el que denunciaba la presencia en la villa de numerosas alcahuetas, agoreras, brujas y mujeres de mala reputación. En su petición, solicitaba castigo para ellas e incluía testimonios que las acusaban. Una testigo declaró haber oído que las brujas habían matado a varios niños en Belinchón y señaló directamente a Ana Sánchez, esposa de Alonso Crespo, natural de Brihuega y vecina de Belinchón. Debido a estas acusaciones, Ana Sánchez fue encarcelada en la villa, enfrentándose a cargos de brujería y hechicería.
Otra de las testigos declaró que, estando en casa de su madre, llegó Ana Sánchez y, acercándose a la cama donde descansaba su hijo, advirtió:
«Guarda bien a tu niño, que andan brujas por el barrio de Arriba y pronto vendrán al barrio de Abajo.»
Como la madre de la testigo vivía en el barrio de Abajo, respondió:
«Guárdemelo Dios, que solo Él me lo puede guardar.»
Entonces, Ana Sánchez se volvió y exclamó:
«¡Allá en el Pozo Airón está un diablo! ¡Y tiene un rabo tan largo!«
Señaló en dirección al pozo y añadió:
«¡Allá está! Y todas van a verse con él.»
La información enviada al Santo Oficio concluye con la notificación de que el alcalde mayor había ordenado la prisión de Ana Sánchez, quien se encontraba retenida en casa del alguacil de la villa. Finalmente, se solicita la intervención del Santo Oficio en el asunto.
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La denuncia ante el Santo Oficio sugiere que, en el siglo XVI, algunas personas creían que en el Pozo Airón de La Almarcha habitaba un demonio y que, por las noches, las brujas acudían allí para reunirse con él y celebrar sus aquelarres y ritos satánicos. Se puede observar cómo el dios celtíbero Airón, originalmente vinculado tanto a la vida como a la muerte a través del agua, fue transformado con la llegada del cristianismo en una figura demoníaca.
Sin embargo, los procesos inquisitoriales relacionados con el Pozo Airón no se limitan a Cuenca. En Barahona de las Brujas (Soria) también existe un Pozo Airón, que actúa como un sumidero, tragando las aguas de una acequia que desemboca en él. En esta localidad también se llevaron a cabo procesos inquisitoriales contra supuestas brujas, cuyos registros se conservan en legajos del siglo XVI en el Archivo Diocesano de Cuenca.
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No se sabe con certeza si estos juicios tienen relación con una curiosa leyenda, según la cual los pozos llamados “Airón” habrían sido creados por las brujas al caer del cielo y golpear repetidamente la tierra con el trasero. Además, se dice que en estos procesos inquisitoriales aparece, por primera vez en castellano, el término vasco aquelarre, que hace referencia a una reunión nocturna de brujas con el diablo.
Una prueba clara de que el Pozo Airón comenzó a asociarse con la brujería a partir del siglo XVI se encuentra en unos versos de Diego de Torres Villarroel, astrólogo y escritor, incluidos en su pronóstico para el año 1731, titulado Las brujas de Barahona:
“No todo va a ser chupar,
Brujas mías, porque quiero
que al astrólogo embustero
se la demos a mamar:
si soplos viene a buscar
a la boca de Ayrón
echadle con ton y son
muchos soplos de Occidente,
de modo que, ayrosamente,
a todos mentirles pueda.”
Estos versos confirman que la relación del Pozo Airón con la magia, el misterio y la brujería era ya una creencia asentada en el siglo XVI y se mantuvo en los siglos posteriores. Así lo demuestran las acusaciones recogidas en los procesos inquisitoriales de Belinchón (Cuenca) y Barahona de las Brujas (Burgos), donde se vinculaba el pozo con prácticas esotéricas y reuniones de brujas.
Es bien sabido que los cristianos, menos tolerantes que los romanos con las religiones ajenas, intentaron erradicar el culto a las divinidades indígenas. Para ello, construyeron iglesias y ermitas sobre las ruinas de antiguos santuarios paganos, reemplazando así las creencias previas con la nueva fe. Prueba de esta práctica es que muchas inscripciones dedicadas a estos dioses han sido halladas posteriormente en altares cristianos o incrustadas en los muros de sus iglesias.
El culto a las aguas estuvo tan profundamente arraigado en el noroeste de España y en la Lusitania que los primeros concilios cristianos, tanto los de Toledo como los de Braga, insistieron de manera especial en la prohibición de la veneración a fuentes y pozos, tratando de erradicar estas prácticas paganas. Sin embargo, por alguna razón desconocida, hasta el día de hoy, estos lugares continúan atrayéndonos, como si el Dios Airón nos invitara a permanecer a su lado, a la espera de que nos revele algún secreto que solo él conoce.
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