
Bajo el cielo diáfano de la sierra madrileña, un grupo de amantes de la historia y la tradición emprendió un viaje singular. Los socios de la Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares llegaron al Monasterio de Santa María la Real de Pelayos de la Presa, un enclave que, a pesar del paso de los siglos, aún guarda en sus piedras el eco de una vida monástica marcada por el recogimiento y la devoción.

El Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, ubicado en Pelayos de la Presa (Madrid), es un enclave de gran valor histórico y cultural. Su origen se remonta al siglo XII, cuando fue fundado por la orden cisterciense, que buscaba un lugar apartado para la oración y el trabajo.
Los primeros monjes llegaron a la zona en torno al año 1150, asentándose en lo que entonces era un paraje boscoso e inaccesible. Con la ayuda del rey Alfonso VII y posteriores monarcas, el monasterio creció en importancia y riqueza, convirtiéndose en un centro espiritual clave para la región. Durante la Edad Media, gozó de gran prestigio y acumuló propiedades en distintos puntos de la península.

Sin embargo, como muchos otros monasterios, sufrió los efectos de la Desamortización de Mendizábal en el siglo XIX, cuando fue expropiado y abandonado. Desde entonces, el tiempo y el expolio hicieron mella en su estructura, hasta quedar en un estado de ruina. A pesar de ello, sus restos aún transmiten la majestuosidad de su pasado y han sido objeto de diversas iniciativas de restauración y conservación.
Al cruzar el umbral de este antiguo cenobio cisterciense, fundado en el siglo XII, el grupo sintió el peso de los siglos. Las ruinas, cubiertas por la pátina del tiempo, parecían susurrar historias de monjes laboriosos, de cánticos que alguna vez resonaron en sus muros y de la silenciosa contemplación que dominó estos espacios.

Guiados por expertos en historia y antropología, recorrimos los vestigios del claustro, deteniéndose en los detalles tallados en la piedra, cada uno con su propia narración oculta. La iglesia, aunque herida por el abandono de otras épocas, sigue conservando una dignidad solemne, recordando su pasado glorioso.

Más allá de la arquitectura, la visita fue un reencuentro con el alma de una comunidad que, a lo largo de los siglos, convirtió este lugar en un punto de referencia para la espiritualidad y la vida cotidiana. Se compartieron anécdotas, leyendas y tradiciones vinculadas al monasterio, avivando en todos los presentes la emoción de formar parte de una cultura viva que se transmite de generación en generación.
El día concluyó con una reflexión profunda sobre la importancia de preservar nuestro patrimonio, no solo como testimonio del pasado, sino como fuente de identidad y aprendizaje para el futuro. Al despedirse, muchos socios llevaban en la mirada el brillo de quien ha sentido, por un instante, el latir de la historia en sus propias manos.