Un bautizo, una boda, un funeral. Tres escenas que se repiten en casi todas las culturas del mundo, con gestos distintos pero con un trasfondo común: acompañar a una persona en el tránsito hacia otra etapa de su vida. Son los llamados ritos de paso, ceremonias que marcan el límite entre un “antes” y un “después” en la existencia humana.
El primero en darles nombre y forma fue el antropólogo francés Arnold van Gennep. En 1908 publicó Les rites de passage, un libro que hoy sigue siendo fundamental. Allí identificó que, más allá de las diferencias entre pueblos y religiones, todos los rituales que acompañan a los grandes cambios de la vida siguen un mismo esquema.

Tres fases para transformar la vida
Van Gennep distinguió tres fases universales.
- La separación: el individuo deja atrás un estado anterior. El niño que recibe un nombre, la joven que abandona la infancia, el difunto que se despide del mundo de los vivos.
- La fase liminal: un tiempo intermedio, ambiguo, donde las categorías habituales se suspenden. El iniciado ya no es un niño, pero todavía no es un adulto; la novia ya no es soltera, pero aún no es esposa.
- La reincorporación: el regreso a la comunidad, ahora con un estatus nuevo y reconocido. El recién casado, el iniciado, el anciano convertido en antepasado.
Lo revolucionario de Van Gennep fue mostrar que detrás de la diversidad de costumbres había un patrón común, un lenguaje simbólico que habla de lo mismo: cómo la sociedad ordena el cambio.
El encanto de lo liminal
Décadas después, el antropólogo británico Victor Turner retomó la obra de Van Gennep y la enriqueció con un concepto fascinante: lo liminal. Para Turner, ese estado intermedio era el más revelador, porque en él las normas y jerarquías quedaban suspendidas.

En lo liminal, se produce lo que él llamó communitas: una experiencia de igualdad y fraternidad entre quienes atraviesan juntos el umbral. Pensemos en un grupo de jóvenes en su servicio militar, en los peregrinos de un santuario o en los participantes de una procesión: durante ese tiempo, todos son iguales, hermanados en la incertidumbre y el tránsito.
Lo liminal es incómodo y fértil a la vez: es el terreno de lo ambiguo, lo desordenado, lo que todavía no tiene nombre. Pero precisamente por eso, es un espacio creativo y transformador.
Ritos antiguos, ritos modernos
Podríamos pensar que todo esto pertenece al pasado. Sin embargo, nuestra vida cotidiana sigue plagada de ritos de paso.
- Una graduación universitaria: birretes al aire, diplomas, discursos que marcan el fin de una etapa y el inicio de otra.
- El carnet de conducir: un examen que certifica la madurez social de un joven.
- Una jubilación: discursos de despedida, relojes de oro, fiestas de oficina.
Todos siguen la misma lógica: separación, transición y regreso. Cambian los símbolos, pero no la estructura.
Incluso la cultura popular crea sus propios ritos. Iniciarse en un club, superar un reto deportivo, participar en un festival: momentos liminales en los que dejamos de ser lo que éramos y nos convertimos en algo distinto, al menos por un tiempo.
¿Por qué necesitamos rituales?
En una sociedad cada vez más acelerada, donde parece que el cambio es constante, los rituales nos ofrecen un espacio para procesar lo que nos ocurre. Nos recuerdan que no estamos solos en nuestras transformaciones: que cada paso vital es acompañado, reconocido y celebrado por la comunidad.

La antropología de Van Gennep y Turner nos enseña que los rituales no son simples tradiciones pintorescas, sino estructuras simbólicas que sostienen la vida social. Ordenan el caos, marcan los ritmos de la existencia y nos ayudan a dar sentido a lo inevitable: el paso del tiempo.
Un espejo en el presente
Quizá por eso, aunque ya no vivamos en sociedades tribales, seguimos necesitando rituales. Cuando brindamos en Año Nuevo, cuando recibimos un diploma, cuando guardamos silencio ante un ataúd, estamos participando de esos mismos mecanismos ancestrales.
Los ritos de paso y lo liminal nos recuerdan que cada vida es una sucesión de los umbrales. Y que al cruzarlos, no lo hacemos en soledad: lo hacemos con símbolos, con comunidad y con memoria.
Al fin y al cabo, como escribió Van Gennep, “la vida misma no es sino una serie de pasos, y cada paso requiere un rito”.
