Por segundo año consecutivo, la Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares, comprometida desde hace décadas con la defensa y recuperación de las costumbres que se están perdiendo, organizó la Fiesta del Día de los fieles Difuntos en la Aldea de San Miguel. No lo hicimos por nostalgia —que también tiene su encanto—, sino porque sabemos que, cuando desaparece un rito, se apaga una forma de entender el mundo.
Antiguamente, la celebración en la Aldea de San Miguel tenía una atmósfera íntima y profundamente simbólica. Las familias preparaban pequeños altares en casa con fotografías, velas y objetos personales de los difuntos. Se cocinaban platos sencillos: pan bendecido, frutos secos, calabaza asada. Y parte de esa comida se dejaba “para las almas”, como dictaban las viejas creencias de tantas regiones españolas.
Nuestra socia Ana Olivera ha preparado y han traído a la fiesta los dulces típicos de estos días como los pestiños, las gachas, las flores y las chulas de calabaza.







La fiesta que hemos celebrado este año mantiene ese espíritu antiguo, pero con la fuerza de una comunidad que quiere seguir viva. Desde la Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares impulsamos este encuentro no solo como homenaje a nuestros antepasados, sino como un gesto de resistencia cultural: recuperar lo que fuimos para entender mejor lo que somos.
El alcalde de la aldea, Francisco Javier Noriega Alonso, y el teniente de alcalde, Luis Gil Manzano, han sido piezas fundamentales en esta recuperación. No se limitaron a “dar permiso”: se involucraron de verdad, desde el primer momento, entendiendo la importancia de lo que estábamos trayendo.
En agradecimiento por su apoyo y por ayudarnos a conservar nuestras tradiciones, entregamos una Distinción al Ayuntamiento de la Aldea de San Miguel, un gesto sencillo para honrar un compromiso que vale oro.

Apostaron por nuestro objetivo, lo acogieron como suyo y colaboraron con una disposición ejemplar, facilitando espacios, apoyando la organización y, sobre todo, mostrando respeto por el valor simbólico de esta celebración. Ese tipo de apoyo —el que no se da por obligación, sino por convicción— es el que permite que una tradición vuelva a respirar. En una época donde muchos solo ven números, ellos han visto la raíz, la identidad y el patrimonio.
Este año, como en los anteriores, la Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares llevó esta tradición a la Aldea de San Miguel con la voluntad de devolverle un rito que habla de pertenencia, comunidad y continuidad. Y gracias al apoyo institucional del Ayuntamiento, la celebración tuvo el marco digno que merece.
Al evento acudió muchísima gente, y ver también a tantos niños participando llenó la celebración de una alegría especial.






Encendimos las pequeñas velitas mariposa, esas luces tímidas pero llenas de significado, para honrar y recordar a quienes ya no están con nosotros. Cada llama parecía latir con su propia memoria, iluminando la noche y trayéndonos, por un instante, la presencia suave de los que siguen vivos en nuestro corazón.





Fieles a la vieja costumbre heredada de nuestros mayores, extendimos las gachas sobre los cerrojos, como un humilde amuleto nacido del pueblo. Era un gesto sencillo, casi doméstico, pero cargado de siglos: una ofrenda para que ningún espíritu travieso osara cruzar el umbral. Y mientras la noche avanzaba, parecía que esa mezcla tibia y ritual sellaba las puertas y calmaba el aire, protegiendo la casa con la misma ternura con la que lo hacían nuestros antepasados.


La noche terminó como terminan las veladas verdaderamente nuestras: alrededor de una queimada preparada con cariño por nuestra secretaria general Mary Carmen de Vicente, ese fuego azul que parece encender también el alma. Tras probar aquel licor aromático y ritual, seguimos conversando, hilando historias, riendo y compartiendo hasta que el cansancio nos venció por puro exceso de vida.





Nos hemos divertido como hacía tiempo no lo hacíamos. Después de seguir las tradiciones —con sus simbolismos, sus gestos antiguos y sus pequeñas maravillas— nos pusimos a cantar y a bailar, dejando que la noche hiciera su magia. Y vaya si la hizo: esos momentos sencillos, llenos de risa y complicidad, nos unieron a todos los que vinieron. Fue uno de esos instantes que recuerdan por qué las tradiciones no solo se preservan… se viven.













Al final, nos fuimos a casa emocionados, cansados y felices, con esa paz serena que solo llega cuando uno sabe quién es y a qué tierra pertenece. Porque noches así no solo se recuerdan: se llevan dentro, como un latido antiguo que nos acompaña siempre.
En un mundo acelerado, tomarnos una noche para honrar a quienes caminaron antes que nosotros es casi un acto de resistencia cultural. Y en la Aldea de San Miguel lo estamos logrando: con nuestra dedicación, con la participación vecinal… y con un Ayuntamiento que, lejos de ser un mero espectador, se ha convertido en un verdadero cómplice.

Gracias Mercedes, no se podía escribir mejor y con más sentimiento. Fue verdaderamente una noche mágica, todo fluía apaciblemente, cada uno aportaba lo que podía, poniendo al servicio de la colectividad su trabajo y su ilusión, todo rodaba de forma natural, sin el mínimo roce y como si lo hubiéramos ensayado muchas veces. Había seres invisibles que velaron para que lograramos un ambiente auténtico, fraternal, intergeneracional……y brujeril delicioso