Por Mary Carmen de Vicente
¿Sabéis la historia de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo? Os la voy a contar; seguro que le conocéis por otro nombre, porque al tomar los hábitos de franciscano menor, se llamó:
SAN ANTONIO DE PADUA
Se va acercando el fin de la primavera, y todavía en nuestro recuerdo está la pradera de San Isidro. Ahora cruzamos a la otra orilla del río Manzanares; el 13 de junio se celebra la festividad de San Antonio, y Madrid se viste otra vez de fiesta. Volvemos a sacar nuestros mantones de Manila para ir a otra de las verbenas más populares de Madrid.
El agudo ingenio de las jóvenes madrileñas
La singular tradición en este día surgió en el siglo XIX, de la mano de las llamadas modistillas.
Llegó a oídos de estas aprendices de modista que San Antonio había mediado para que, en Italia, una pareja se casase. Acababan de romper por una discusión; ella se giró hacia una imagen del santo que allí había, pidiéndole ayuda. Él milagrosamente tomó vida para dirigirse al joven, que cayó arrodillado, implorando perdón, para luego pedirla en matrimonio.
Los hagiógrafos no acaban de ponerse de acuerdo en sí aquella historia que contaron los novios fue en Roma o en Padua. No parece que fuera relevante esto para inspirar a nuestras modistillas madrileñas, en especial las casaderas, que se fueron a La Florida a pedirle un novio al santo.
Pero, llegadas allí… ¡Apenas tenían nada para una ofrenda! Su ingenio dio rápidamente con la solución: alfileres; eso sí, llevaban, claro. ¿Y, cuántos? Acordaron que 13, como el día del mes; y además que si conseguían un marido, 13 serían también las arras que llevarían el día de su boda.
En la actualidad sacan al Paseo de la Florida una gran pileta en la que se depositan los alfileres. A continuación se introduce la mano abierta y se presiona; al levantarla, los que se hayan clavado en la palma serán los pretendientes que tendrá durante el año.
Ese día se forma una gran cola para pasar a la ermita. Merece la pena, no solo para rezar y tocar los pies del santo, sino para contemplar la magnífica cúpula pintada por Goya en la que inmortaliza algunos milagros de San Antonio. A la salida se forma otra fila para recoger los panecillos bendecidos; lo habitual entre los devotos es guardarlos fervorosamente de año en año; dicen que para conservar los ahorros, sean muchos o pocos.
Y por la tarde, ya se sabe que en Madrid la devoción religiosa es perfectamente compatible con ir… ¡A la verbena! A disfrutar de uno de los festejos tradicionales más concurridos de la Villa.
Del alfiler a la guinda: una tradición para “connaisseurs”
El 13 de junio no solo vamos a la Ermita de La Florida; también vibra el ambiente en el mismo corazón de Madrid. Es un sitio especial, menos conocido, que está cerca de la Plaza Mayor.
Contemplad la imagen de este retablo y os cuento la historia. Yo la recuerdo desde niña, y es que mis abuelos vivían junto a la Iglesia de la Santa Cruz.
Es bien sabido que a orillas del río Manzanares se alineaban numerosas huertas en donde pequeños agricultores madrileños sembraban hortalizas y frutales. Antes hablamos de las jóvenes modistas, vamos a pasar del sector textil al agrícola.
Un hortelano vio que los frutos de sus cerezos estaban a punto, dulces y colorados. Por fin había llegado el momento de recompensar su duro trabajo, vendiéndolos en el mercado. Fue cosechando las guindas, colocando primorosamente cada fruto en el serón de su burro.
Emprendió otro duro esfuerzo, ascender por la Cuesta de la Vega (son 33 metros de desnivel, “el terror de los ciclistas” le dicen). El suelo estaba embarrado por la intensa lluvia, pero sonreía: el premio estaba cerca. Entonces, el animal resbaló, las guindas se salieron y se estrellaron contra el suelo, rodando en todas direcciones. El hortelano se derrumbó: adiós al mercado y a sus esperanzas.
Y ahora viene la parte que más me gustaba oír a mis abuelos…
Por la empinada cuesta bajaba un fraile:
—Buen hombre, confíe en Dios, ¡Él le ayudará! Yo le echaré una mano mientras; vamos, recojamos esto que ha cosechado.
Le hizo caso y, aunque con poca fe, comenzó a recoger las guindas y depositarlas en las alforjas. ¡No estaban machacadas tras la caída, parecían recién cogidas del árbol! Incrédulo y asombrado las miraba:
—¡Cómo es posible!, ¿cómo puedo agradecerle su ayuda? —titubeaba, perplejo, el agricultor.
—Vaya al mercado y, si le sobran algunas guindas, llévemelas a la Iglesia de San Nicolás; allí vivo. —se despidió el religioso, dando una palmadita al animal para anduviera.
Las ventas resultaron un éxito, pero el hortelano había guardado antes unos puñados para llevar al fraile. Al final de la jornada se dirigió al lugar indicado.
—Aquí no vive nadie más que yo. —se extrañaba el párroco que le recibió.
El hombre no acababa de creer al cura, que le hizo pasar a la iglesia. Era un templo pequeño; miro, remiro y …
— ¡Aquí está, padre!, este es el fraile al que estoy buscando.
Era un cuadro de San Antonio, desde entonces conocido como “El Guindero”. Hoy en día venerado en la Iglesia de la Santa Cruz de Madrid, en la Calle Atocha número 8, ajeno al bullicio de las cercanas Plaza Mayor y Puerta del Sol.
Ajeno al bullicio… a no ser que sea 13 de junio, claro. En este día, los miembros de la Congregación de San Antonio, “El Guindero”, reciben en el atrio de la iglesia a cuantos van a visitar al santo. Les ofrecen pan y guindas benditas, tras lo que se suele dejar un donativo. Para muchos, esta tradición es desconocida, pero dan fe de su relevancia entre los madrileños y madrileñas los 20.000 panecillos y los 500 kilos de guindas que se reparten.
¿Quién no disfruta con unas guindas? Y, sobre todo, con estas hermosas historias.
¡FELIZ DÍA DE SAN ANTONIO!
Mary una delicia, escrita por una gran madrileña castiza. Eres un reservorio de teadiciones poñulares
Gracias Ana, son tantas cosas y algunas tan divertidas o insólitas que me encanta contarlas por si alguien no las conoce.
Gracias por leer algo que conoces de sobra y seguro que, aunque tinerfeña de nacimiento, sabrías también la historia de «el guindero» .
Me ha encantado, muchas gracias , Mari