29 marzo, 2024

Entre las tradiciones milenarias de nuestra España rural existen creencias por las que las sanaciones milagrosas se encuentran muy presentes en ellas. Cuando se produce ese supuesto hecho extraordinario el fervor religioso y la necesidad de mostrar la devoción a un determinado Santo, a una determinada Virgen o a un determinado lugar se muestran en multitud de formas, anclándose en la tradición popular más sorprendente. Es el caso de la ermita que os traemos en este artículo, en donde, los exvotos, las ofrendas y lo inexplicable se dan la mano.

Situémonos en el mapa. Nos encontramos en Cartagena (Región de Murcia) a unos 8 km del centro de la ciudad; en esta pedía encontramos una antigua ermita consagrada en un primer momento a la Virgen de las Angustias y posteriormente a la Virgen de la Caridad en donde podemos documentar exvotos en cientos de formas antropomórficas: manos, brazos, dedos, pies, bustos, torsos, piernas, etc. Realizadas en madera y/o cera, representan zonas del cuerpos enfermas que han sido sanadas.

La Ermita

Ubicada como decimos en el Campo de Cartagena, la encontramos en una zona muy significativa conocida como el cruce Cuatro Caminos, en la carretera que va hacia Torreciega por el sur y a La Palma por el norte. El edificio es muy pequeño, planta cuadrangular, con techos a dos aguas y una pequeña cruz en la puerta de entrada, en donde, además, existe un pequeño macetero para ofrendas, en el caso de que la ermita esté cerrada.

La existencia de éste enclave se debe, según cuenta la leyenda, a un hecho que ocurrió en 1745 según el escritor Julio Ochoa, en su artículo del 22 enero 1930 en el Diario El Eco de Cartagena. Un vecino de la zona fue asaltado, Juan Mateo López, fue asaltado por un ladrón en este mencionado cruce; preso del pánico rezó a la Virgen que lo protegiese y que sólo se llevara el dinero. El ladrón salió corriendo como si hubiera visto a un demonio y Juan Mateo se percata que a su lado había un cuadro de la Virgen de Las Angustias, conocida en Cartagena como Virgen de La Caridad. Consciente de que sus plegarias habían sido escuchadas recogió el cuadro y lo entregó a la Iglesia de La Palma, para que allí lo custodiasen. Al día siguiente el cuadre había desaparecido de este lugar y había vuelto a aparecer en el mismo sitio donde Juan había sido asaltado.

El cura de La Palma cuenta al obispo lo sucedido y éste decide construir una ermita en La Aparecida para que allí se venerara la imagen. Pero el cuadro vuelve a desaparecer (del pueblo) y aparece en el cruce de 4 caminos, así que allí se construye la ermita, en el llamado Pasico de la Aparecida.

En su interior se conserva un misal romano editado el 14 de noviembre de 188, en tiempos del Papa Leon XIII.

El Fuego de San Antonio

Desde este momento del siglo XVIII este lugar siempre ha estado relacionado con apariciones marianas y sucesos extraordinarios, entre los que destacamos los mencionados exvotos. Desde el siglo XV al menos eran comunes este tipo de ofrendas en la zona del Campo de Cartagena debido a algunos alimentos que se consumían en mal estado. Pensemos en los años siguientes a una epidemia – como la de 1648 – o una guerra en los que no existe alimento y es necesario generarlo lo más rápido posible. El más sencillo es el pan y en estas circunstancias la recolecta del grano no discrimina entre el cereal en perfecta condiciones o el enmohecido. Es en este último caso en el que cuando se consume de forma constante pan en mal estado, como puede ser el pan de centeno infectado con el cornezuelo cuando la ingesta del alimento puede volverse mortal. A los efectos alucinógenos propios del consumo de este cereal se le une la infección del moho que pasa a la sangre, pudiendo generar necrosis en algunas zonas del cuerpo.

Es en ese momento cuando entran en juego las oraciones, las misas y los Monjes de San Antonio – conocidos como Antonianos – en donde curaban las partes del cuerpo podridas con el fuego de San Antonio: un hierro al rojo vivo con el que cortaban el miembro necrosado. Al hacerlo de esta manera cauterizaban y extinguían la infección, por lo que el enfermo sanaba casi de forma inmediata. Por esto mismo se les denominaban monjes milagrosos y eran buscados y solicitados sus servicios con bastante frecuencia. Estas prácticas se encuentran localizadas en el último cuarto del siglo XVIII, con la ermita ya construida. La tradición marcaba que en el momento en el que un enfermo era curado por uno de estos religiosos, debía realizar en miniatura una copia del miembro que le había sido amputado y ofrecerla a la Virgen, en este caso de La Caridad.

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